miércoles, 31 de enero de 2018

COMO ORAR?

Un discípulo acude a su abba (padre espiritual) en el desierto y le dice que tiene dolor en el pie y que no sabe cómo rezar por algo así. ¿Debería rezar por su curación o por la gracia del sufrimiento?
El abba levanta su pie, lo señala y dice “Simplemente ve ante el Señor y di: ‘¡pie!’”.
(Oración que penetra a través de las nubes)
No tengo palabras para explicar el alivio que sentí al leer esto. He estado teniendo muchos problemas con el concepto de oración intercesora. En parte se debe a un montón de peticiones de GoFundMe que me han llegado últimamente —sobre una madre que necesita desesperadamente ayuda para la manutención de su bebé, o un bebé enfermo necesitado de un tratamiento médico caro, o el amigo de un amigo en estado crítico después de un accidente de coche—; todas piden dinero, pero sobre todo piden oraciones.
Me resulta triste porque, después de todo, Dios ya sabe de todo esto, y mucho más y mucho antes que yo, y también sabe cómo solucionarlo. Yo desde luego no lo sé. Así que ¿por qué necesita Él que se lo pida? Hay muchísimo por lo que rezar y mi energía es muy limitada. ¿Es que Dios no puede ocuparse de todo esto por su propia cuenta? Después de todo, ¡es su mundo!
Ciertamente lo es. Su mundo.
El diácono Greg Kandra escribió hace poco sobre una lección que aprendió una persona de alcohólicos anónimos, que puede resumirse en el lema“¿Estoy haciendo el trabajo de Dios o sirviendo a la obra de Dios?”. Es una distinción importante que hay que recordar.
Es trabajo de Dios vendar las heridas, aliviar a los afligidos y liberar a los prisioneros. Servir a la obra de Dios, por otro lado, es una cuestión diferente. Servir a la obra de Dios significa hacer lo que nos ha pedido, y ha dejado muy claro que debemos “orar sin cesar”.
¡Y a mí que me preocupaba que fuera una tarea poco realista! Pero la oración no tiene por qué ser algo desalentador, si podemos recordar que no somos responsables de hacer el trabajo de Dios. El discípulo en el desierto no le dice a Dios qué es lo que tiene que hacer, simplemente le invita a participar en su situación. En efecto, en realidad solo dice “Oye, Dios, ¿ves este problema que tengo?”.
De hecho, mi hijo de un año hace esto constantemente. Solo sabe unas pocas palabras, pero no forma frases completas todavía. Ni falta que le hace. Solo tiene que decir “¡Caca!” y yo ya me acerco y le cambio el pañal o le ayudo a limpiarse cualquier cosa con la que se haya manchado. En cualquier caso, su necesidad se ve atendida.
En las situaciones para las que ni siquiera tiene una palabra, también se las arregla. Solo tiene que gritar “¡Mamá!”. A veces ni siquiera tiene problema alguno; simplemente quiere compartir conmigo su disfrute: “¡Mamá, pelota!”.
Mi hijo únicamente quiere que participe en su vida, que esté con él cuando está contento, que le vea crecer y aprender, que le ayude con cualquier problema que se encuentre. Y en eso consiste orar sin cesar. Uno no tiene que ser necesariamente bueno con las palabras para rezar como es debido.
De hecho, rezar con un lenguaje sencillo, infantil, suprime los detalles innecesarios y va directo al meollo de la cuestión. Si mi hijo me dijera “¡Mamá, pie!”, eso sería más que suficiente.
Dios no necesita nuestros consejos. Su trabajo es sanar el mundo a su manera. Pero nos invita a participar de sus acciones en nuestro mundo.
Aun más, quiere que le incluyamos en nuestras vidas, y eso significa que también lo incluyamos en nuestros deseos y esperanzas. Quiere tantísimo estar con nosotros, que si decimos “Dios, te quiero aquí en esta situación”, responderá con júbilo.
Él quiere simplemente que digamos, “Dios, ven conmigo”. “Dios, ¿ves mi pie?”, “Dios, ¿ves a mi hijo?”. Así que me he propuesto aprender a hablar con Dios con las frases de un bebé. Voy a dejar de explicarle todo lo malo que tenga determinado problema y voy a dejar de decirle cómo tiene que hacer su trabajo.
Él puede hacer su trabajo y yo haré el mío, que supone incluirle en mi vida, en mi corazón y en todos mis deseos sencillos y complejos.

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