“Amo a la Iglesia, estoy con tus torpezas, con sus tiernas y hermosas colecciones de tontos, con su túnica llena de pecados y manchas. Amo a sus santos y también a sus necios. Amo a la Iglesia, quiero estar con ella. Oh, madre de manos sucias y vestidos raídos, cansada de amamantamos siempre, un poquito arrugada de parir sin descanso. No temas nunca, madre, que tus ojos de vieja nos lleven a otros puertos. Sabemos bien que no fue tu belleza quien nos hizo hijos tuyos, sino tu sangre derramada al traemos. Por eso cada arruga de tu frente nos enamora y el brillo cansado de tus ojos nos arrastra a tu seno. Y hoy, al llegar cansados, y sucios, y con hambre, no esperarnos palacios, ni banquetes, sino esta casa, esta madre, esta piedra donde poder sentarnos”».
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